Decenas de migrantes resisten en el límite fronterizo entre México y Estados Unidos, no sólo a la ampliación de la malla ciclónica, el reforzamiento de la alambrada de púas y al despliegue de elementos de la Guardia Nacional y de la Policía Estatal de Texas, sino también a ráfagas de vientos de hasta 78 kilómetros por hora.
Aunque el viento intenso les ha desprendido parte de sus casas de campaña improvisadas en el lado estadunidense de la ribera del Río Bravo, su persistencia por ingresar a Estados Unidos los mantiene inamovibles del área del marcador internacional 36, conocido por las personas en movilidad como “Puerta 36”.
Frente a ellos, elementos de la Guardia Nacional de Texas refuerzan la barrera metálica para impedir su paso y les advierten con altavoces que, de cruzarla, serán encarcelados.
Juan José Guevara, un venezolano que viajó con su esposa y sus dos hijos, de 11 y 14 años de edad, se mantiene resguardado del mal clima cerca de un árbol del cauce.
“Nosotros salimos de nuestro país no porque queremos, sino por la situación que hay en el gobierno”, señala Juan José, que se desempeñaba como barbero en Venezuela.
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