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Crisis en Ecuador: cómo las cárceles de América Latina se volvieron centros de comando de alas principales bandas del narco

En Ecuador, las prisiones son epicentro de una crisis de seguridad pública inédita. En Brasil o Venezuela, grupos criminales nacidos tras las rejas se expanden por la región. Y en Centroamérica, los gobiernos toman medidas extremas ante el poder ejercido por pandillas desde las cárceles.

A lo largo de América Latina, distintas penitenciarías creadas por los Estados para mejorar la seguridad de quienes están fuera de ellas han tenido un efecto inverso al buscado: se volvieron centros de comando de importantes organizaciones criminales.

La paradoja quedó expuesta en el inicio de 2024 desde Guayaquil, donde la fuga carcelaria de Adolfo Macías, “Fito”, líder de uno de los grupos criminales más peligrosos de Ecuador, desató una ola de motines en prisiones y ataques fuera de ellas que llevó al flamante presidente Daniel Noboa a declarar un “conflicto armado interno”.

Por lo general las bandas surgidas y dirigidas desde cárceles latinoamericanas tienen el narcotráfico como principal fuente de ingresos. Pero los especialistas creen que algunas han incursionado en otras modalidades de delitos, desde extorsiones hasta minería ilegal.

“Ya no es la prisión como la habíamos pensado”, dice Gustavo Fondevila, un experto del Centro de investigación y docencia económicas (Cide) de México.

“Estas cárceles de la región se han convertido en conductores de violencia: construís una prisión en un lugar y aumenta el nivel de criminalidad en esa zona”, agrega Fondevila en diálogo con BBC Mundo.

“Es un Estado paralelo dentro de las prisiones”.

“Lucha por el control”

El descontrol del sistema carcelario ecuatoriano está lejos de ser un fenómeno nuevo: ha sido escenario de una serie masacres con más de 450 muertos desde 2020, la más grave ocurrida en septiembre en 2021 y el la que decenas de presos fueron decapitados.

Detrás de la violencia carcelaria ecuatoriana los expertos ven una guerra de bandas que también se ha derramado a las calles, donde se dispararon los homicidios, las balaceras y los atentados mientras el país se convertía en un centro de distribución regional de droga.

Luego de visitar Ecuador para analizar el problema carcelario, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) concluyó en un informe de 2022 que en las prisiones del país mandan “grupos de internos que se encuentran en una lucha por el control de los centros penitenciarios, así como de los territorios al exterior”.

Uno de esos grupos se llama Los Choneros. Su jefe, Adolfo Macías, alias “Fito”, se escapó en los primeros días de 2024 de la cárcel del Litoral de Guayaquil donde cumplía una condena de 34 años por delincuencia organizada, narcotráfico y asesinato.

La fuga de Fito ocurrió justo antes de que lo trasladaran a una prisión de máxima seguridad y fue seguida de motines en seis cárceles ecuatorianas, con guardias tomados como rehenes por reclusos y una nueva fuga: la del líder de Los Lobos, otra banda criminal que disputa el control de prisiones y calles.

El presidente Noboa, con apenas un mes y medio en el cargo, reaccionó a la violencia carcelaria igual que su antecesor y decretó el estado de excepción. Pero cuando comenzaban a correr los 60 días de la medida, la violencia trepó a un nivel inédito.

Hombres armados irrumpieron en el canal de televisión TC de Guayaquil, donde tomaron rehenes durante una transmisión en directo, y entraron en universidades e instituciones públicas. También hubo ataques con explosivos en distintas ciudades.

Noboa dobló la apuesta al declarar la existencia de un “conflicto armado interno”. Pidió a los militares reestablecer el orden y designó como “organizaciones terroristas” a Los Choneros, Los Lobos y varios grupos más que operan desde las cárceles.

El pulso tiene como punto crítico el sistema penitenciario ecuatoriano, que Noboa prometió reformar con medidas como el aislamiento de presos peligrosos y la creación para eso de cárceles flotantes en barcazas.

Pero lo que está en juego en Ecuador parece ser mucho más que el control de las prisiones.